29 marzo, 2007

[General] La casa está en orden.


Con esa frase, el ex presidente argentino Dr. Raúl Alfonsín, llevaba la calma al pueblo después que finalizara el levantamiento armado de Campo de Mayo.

Corría el año 1987 y uno, un niño aún -aunque ya entrando en la edad del pavo-, tenía claro que el hombre de bigote superpoblado que hablaba por televisión era el bueno, y los otros, los que después mostraron con la cara pintada, eran los malos.

Los años y un cinismo cultivado a fuerza de realidades, fueron demostrando luego que los buenos no lo eran tanto, y los malos eran peores de lo que uno los había supuesto.

Pero esa es otra historia...


Me mudé. Recién. Apenas hace poco más de una semana que empezamos -con mi ahora concubina (suena feo che, no hay caso)- a poner cosas en cajas, que a su vez fueron puestas en movimiento y depositadas en el nuevo apartamento.

Todo salió rápido y de hecho ya tenemos todo armado salvo alguno detalles nada más.

Tuvimos ayuda, por suerte. Desde familiares que se pasan todo el día echando una mano, hasta los amigos que aprovechan el huequito que tienen en la agenda para darse una vuelta y ayudarte a llevar algo pesado, o por lo menos a tomar mate y hacer compañía.

Eso está bueno.


En el nuevo hogar, -apartamento alquilado- los detallecitos que uno no vio cuando decidió firmar el contrato.

La pileta del baño floja, la de la cocina que pierde un poco de agua por abajo, algunos agujeros en la pared como para que un hornero haga el nido y le quede lugar para jardín y patio.

La inmobiliaria, que cuando le decís que hay una hoja de la ventana que está vencida, te cuenta con tono de "acá terminamos el tema" que se lo planteó a la dueña y la señora "no tiene a nadie para mandar". Esta última frase de la jerga inmobiliaria significa en español corriente "ya pregunté y no lo va a arreglar, así que yo ya cumplí; no jodas".

Por supuesto que si después devolvés el apartamento con un agujero de clavo más de los que tenía, porque quisiste colgar la foto que te sacaron arriba de un pony cuando eras chico, te lo cobran como si tuvieran que reconstruir las Torres Gemelas.

Eso es lo malo. Esa costumbres establecidas en varios rubros de la vida social y comercial que están mal, pero están, y para qué uno se va a calentar cambiándolas.

En este caso en particular, vos vas y alquilás, y pagás religiosamente todos los meses, y sabés que si se te rompe algo, vas a tener que recurrir a la inmobiliaria un mínimo de tres veces al menos. Porque ¿para qué decirte que sí de primera si tienen la opción de demorar y tenerte a cuento "aguantando" el arreglo un par de semanas más?

Total ese desperfecto no te jode y podés seguir viviendo en el apartamento sin problemas ¿no?

Y a uno, a veces, le agarra el pensamiento revolucionario y se manda una de esas ideas medio kamikaze del estilo "si no lo arreglan antes de fin de mes, no les pago".

Después -por suerte- el sentido común, vestido de deportivo, camiseta y chancletas, te arría la bandera de revolucionario, te baja del pedestal desde donde dabas tu discurso de liberación, y te recuerda que si no pagás te matan con los recargos y, además, los abogados de la inmobiliaria son mejores que los tuyos, porque de hecho vos no tenés abogado.

Así que, ahora que se viene otra vez la Semana Santa, la estrategia es seguir laburando. Haciendo ajustes, arreglitos, acomodando cosas, ignorando los detalles constructivos y disfrutando los afectivos.

Y, quién sabe, capaz que con un poco suerte, veinte Pascuas después de Don Raúl, y con una audiencia mucho menor, uno pueda decir "La casa está en orden" y levantarse al baño de noche, sin romperse el dedo gordo del pie contra una caja en medio de la oscuridad.

07 marzo, 2007

[General]Puntos de vista.


Hace un tiempito... bueno, un tiempo, iba caminando por una avenida no recuerdo cuál -por suerte no es importante- y me crucé con una de las tantas estatuas vivientes que hay en Montevideo.

Justo en ese momento, un niño y una señora, a quien sin mucho esfuerzo la supuse su mamá, estaban parados contemplándola. La señora se aproximó a la estatua y soltó algunas monedas para que ésta, como es costumbre, saliera de su quietud y devolviera un saludo y una sonrisa.

El niño, quieto y con cara de asombro, se quedó callado unos segundos. Yo aproveché esos segundos para disfrutar de ese gesto de haber descubierto algo genial, y pensaba por mi parte cómo estaría ese niño de maravillado, al ver que una persona podía quedarse así, tan quietita, sin mosquearse.

Por suerte, el mismo niño interrumpió mis pensamientos cuando le dijo a la señora, entre asombrado y divertido: "¡Mirá mamá! ¡El muñeco se movió!"